De profesión, correctora de estilo

El gesto de vacilación que asoma en la cara de muchas personas, cuando les digo que soy correctora de estilo, me ha llevado a escribir un breve argumentario para explicar de qué trata el oficio de la corrección, que en realidad es más antiguo que la imprenta. Sí, aunque no lo creas, en el siglo XII, surgieron los primeros correctores, que intervenían en los trabajos de los copistas para asegurarse de que no hubiera faltas de ortografía, gramaticales o las tan escurridizas erratas.

«Pero esa función ahora la cumplen los programas informáticos de corrección», sentencian algunos. Déjame decirte que no. Si bien es cierto que son capaces de detectar errores ortográficos, gramaticales y erratas, no logran superar al ojo humano, revisor, analítico y crítico. Y te voy a explicar en qué.

Escribir no es hablar

La idea de que la escritura es una transcripción fiel de la oralidad está bastante extendida. Sin embargo, estos dos sistemas discursivos tienen diferencias significativas. La oralidad proporciona un contexto situacional natural que la escritura debe crear mediante diversas herramientas y técnicas. La planificación, el desarrollo, la estructuración, la coherencia y la corrección son ingredientes imprescindibles para la correcta interpretación de un texto.

Escribimos para cambiar el mundo que nos rodea

El lenguaje escrito es uno de los principales canales de comunicación y un vehículo de la transmisión cultural. Es un medio de difusión para informar, transmitir ideas, opiniones, emociones…: comunicar. Pero la ausencia de un interlocutor, ya que en la escritura este es figurado o imaginado, obliga a tener en cuenta cada uno de los factores que le van a facilitar al lector una correcta interpretación.

Tal objetivo se logra cuando el texto es cohesivo, coherente y presenta una estructura organizada. Ten siempre presente que la jerarquización de ideas potencia la legibilidad. Del mismo modo que las faltas de ortografía y los errores gramaticales se convierten en un foco de distracción que dificulta la fluidez de la lectura o que las inadecuaciones léxicas empobrecen el escrito, las buenas ideas mal organizadas pueden provocar el abandono de la lectura por generar confusión en el lector, que se ve obligado a interpretar por su cuenta qué es exactamente lo que se le quiere comunicar. Sin duda alguna, ese no es el propósito de alguien que ha entregado su tiempo y su esfuerzo en volcar, sobre el papel o la pantalla, sus conocimientos o ideas.

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